Desde el momento que tome mi tren rumbo a Ámsterdam sentí que iba a ser una ciudad totalmente delirante para mis sentidos. Fue extraordinario recorrer sus calles y canales en búsqueda de todo lo que tiene por ofrecer. 

Fue una visita rápida, pero cada segundo que estuve en ella valió la pena.

Mi viaje a Ámsterdam fue en época de invierno, llegué desde la estación central en tranvía hasta mi hostal. 

Había realizado reservación para entrar al museo de Ana Frank así comencé mi recorrido, ya que soy amante de la historia de la segunda guerra mundial. No me lo podía perder.

Camine hasta más no poder para tratar de conocer lo que más pudiese, ya que el transporte es costoso. Disfrute de mercados navideños y llegue hasta el famoso Barrio Rojo el cual es una total locura (Si eres una persona conservadora es mejor que lo evites. El ambiente es muy fuerte y tenso).

No me importó lo cansada que estaba, sabía que solo tenía una noche para disfrutar. Así que decidí salir a comer las famosas papas con mayonesa y sí que fue una gran elección (No olvides pasar por unas en tu viaje a Ámsterdam).

Pero mi viaje no término aquí, al regresar al hostal me tome unas cervezas en el bar con otros viajeros y terminé entrando a una de las discotecas más grandes de Ámsterdam: Escape (recomendada si quieres salir de rumba).

Una visita exprés obligada por el cambio de trenes en mi viaje y que no cambio por nada en el mundo. Lo que sí sé, es que volveré con más tiempo para disfrutarla mejor.